Apoteosis raphaelista en La Antilla
Inolvidable noche la que vivieron ayer quienes acudieron a la cita que Raphael había concertado con sus seguidores en La Antilla. A cambio, el artista jiennense se entregó al público durante un concierto de tres horas donde no faltaron la mayoría de sus clásicos, éxitos que fueron coreados por un abarrotado club marítimo Vera de Mar.
–huelva24.com (Foto H.Corpa)
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El público onubense se rinde ante la maestría de Raphael en su concierto de La Antilla
Fue una noche sublime, de ensueño, una voz perfecta, un acompañamiento inmejorable, un sonido nítido e inigualable. Dos horas y media de espectáculo que en ningún momento defraudó a las más de 4.000 personas que asistieron a la cita.
Cada día comienza con un nuevo idilio, cada día termina con un gran amor… La letra de Manuel Alejandro para el ruiseñor de Linares a finales de los 60 venía convertirse en una certera premonición cincuenta años después. La diferencia estribaba en el hecho de que hay amores que nunca terminan, idilios que nunca se acaban, que se renuevan todos los años, romances melódicos que Raphael consigue mantener intactos con la fidelidad de aquellos albores.
Raphael llegó, miró, gesticuló, cantó, enamoró, rindió y venció. Quién esperase un espectáculo casposo, ajado en el tiempo y perdido en la voz se equivocó.
El cantante jienense, vestido con traje y camisa negra, desabrochada al cuello, corbata desecha sobre los hombros, mirada fina aguileña absorta al público, con la seriedad concentrada del artista y la quietud de la madurez, con paso danzante, afectado, breve enfiló su menuda figura gigantesca hacia el precipicio del escenario, extendió sus brazos al cielo onubense mientras genuflexionaba su rodilla izquierda. El público expectante, enfervorizado aplaudía de pie al genio. A la voz. Al hombre espectáculo… Cierro los ojos. Raphael sigue siendo aquél.
Desde horas antes,cientos y cientos de personas soportaban estoicamente en dos interminables colas humanas, que rodeaban con creces las magníficas instalaciones del Club Vera de Mar de la localidad onubense de La Antilla. Todo hacía presagiar una noche imborrable, mágica. En el semblante de los espectadores se reflejaba una veraniega, relajada ansiedad emocionada. Aquella que produce el reencuentro con el divo, para algunos; la que embarga el recuerdo juvenil para otros. Personas de 60, 50 y muchos de 30 y menos años se agolpaban en un gentío heterogéneo, paciente, entregado de antemano al Niño de Linares. No importaba nada. Sólo él. El maestro. Raphael.
Comenzó el artista andaluz con un clásico en su repertorio, “Qué pasará”, siguiendo con temas como “Los amantes”, “Digan lo que digan”»Mi amigo fiel”, “El trabajo” y otras hasta un total de dos horas y media sin descanso ni altibajos. Raphael toreaba sobre el escenario a un toro imaginario con mano diestra y firme, recorría las tablas al son que le imponía y bailaba, gesticulaba, interpretaba con voz y alma. Rendía, enfervorizaba, sometía a un enemigo que era la Laura” de su sueño y “Hablaba del amor”, a ese borroso mar de cabezas, de manos batientes que aplaudían sin cesar cada movimiento, cada gesto, cada quiebro fónico, cada quejío en suspenso.
Hizo un repaso a temas de ayer y de hoy e incluso se atrevió a apuntar canciones de mañana. Daba igual. Todo era perfecto. Todo era raphaeliano. Hizo un guiño al público saludando y felicitando a Huelva. No existía el tiempo. Se habían parado las manecillas del reloj.
En definitiva, una noche sublime, de ensueño, una voz perfecta, un acompañamiento inmejorable, un sonido nítido e inigualable.Dos horas y media de espectáculo que en ningún momento defraudó. Todo estaba tan virgen como el primer minuto. La genuflexión de 90 grados del artista, las palmas enrojecidas del entregado público fue la estampa final de un gran espectáculo.
Terminó con la petición que a voz en grito clamaba un grupo de jóvenes veinteañeras, a mi lado…”Raphael, canta el Tamborilero”… Y no llegaban a los 30 años. Cierro mis ojos.
–huelvabuenasnoticias.com (Miguel Ángel Velasco)
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Raphael, más allá del uranio
Vuelvo de jugarme peligrosamente mi acreditación y consideración como cronista del concierto de Raphael en el Club Vera de Mar, en la onubense playa de La Antilla. Por los pelos me he librado de quedarme en blanco, desconcertado, sin palabras precisamente cuando se trata de tenerlas, cuando se espera de ti que escribas las mejores. Si no llega a ser porque me reanima el aire de la bella madrugada de Huelva, regresando en coche a Sevilla entre pinos y eucaliptos de mentas marineras, si no llega a ser porque hago ese viaje con mi buen amigo Álvaro Vázquez Silva, el hijo de la leyenda Pepe Luis, que me asegura asombrado que ha visto y oído lo mismo que yo, a estas horas entro en coma en el arrogante oficio de la crítica. Si esto de Raphael sigue así después de cincuenta y tres años en la música, yo no sé lo mal que vamos a acabar los buscadores de metáforas y contadores de lo incontable.
Esto de Raphael ya no es sólo un artista, por más colosal que lo sea. Esto de Raphael abarca una lectura que supera referir datos de éxitos ininterrumpidos por todo el mundo, aplausos interminables en los cinco continentes, condecoraciones internacionales, reconocimientos multitudinarios, cifras desorbitadas de hitos sólo a su alcance. Esto de Raphael, cuando te dicen que posee el único disco de uranio que se conoce por haber vendido más de cincuenta millones de discos, llega a hacerte preguntar:
-Vale, ¿y qué?
Raphael ya está más allá, plus ultra, del uranio. Me importa un bledo el uranio cuando llego a La Antilla cayendo la tarde, el artista aún está ensayando, y sorprendo a dos jovencitas de apenas catorce años que intentan averiguar qué hueco de una alambrada les puede permitir divisar a Raphael.
-Pero a vosotras ¿os gusta Raphael? -Mucho, nuestra canción favorita es Escándalo.
Les confieso entonces que a mis hijas les pasa lo mismo y que María, de nueve años, se sabe de memoria Provocación.
Me importa un pito el uranio cuando presencio la larga procesión de las colas entrando en el Vera de Mar, que parecen formarse de devotos más que de admiradores, y contemplo el lleno absoluto de las gradas, y abarrotadas las terrazas del club como si fueran a desplomarse, y los balcones de los altos bloques colindantes arracimados de gente como si estuviéramos en la Resolana cuando pasa La Macarena.
¡Madre mía, esto de Raphael! Me importa poco el uranio cuando al público, puesto en pie sencillamente porque no tiene donde arrodillarse, parecen arderle las palmas de las manos mientras lo ovaciona incansablemente.
¿Uranio? Aquí, ahora mismo, en La Antilla, está el más preciado metal de una incesante complicidad de amor y respeto de muchos años entre el artista y el público. ¿Uranio? ¡Bah! ¿Cómo se puede cantar así durante dos horas y tres cuartos sin descanso, sin intermedio? ¿Qué sorprendente genética es esta que pareciera un play back del comienzo de su carrera?
No me acabo de bajar del autobús de Raphael y siento, cuando lo escucho, una extraña sensación de regreso vocal indescriptible. Con un sonido orquestal exquisito que no me cabe duda está en manos del organigrama acústico de un gran ingeniero. Con un pianista excepcional que no toca el piano, sino que lo acaricia. Y unos arreglos musicales que emanan desde lo más hondo de la década prodigiosa de la que Raphael partió un buen día, como si en ellos no sonara sólo el propio Raphael más originario, sino el conjunto completo de evocaciones de una época inolvidable, como si sus canciones fueran la capa superior de una era con los arreglos de Ivor Raymonde para Los Bravos en las producciones de Alain Milhaud.
¿Uranio cuentan? Me da igual eso cuando miro, bloqueado, esta especie de refugio para miles de personas que es su arte, un reducto de sueños y estrellas escrito con guiones de Perales o Manuel Alejandro, esta burbuja de oro de ley purísimo de la honradez artística, de un hombre que lo da todo, que lo devuelve todo, que no se queda con nada de los demás, que no defrauda ni evade un solo céntimo recaudado en taquilla. Emocionan sus canciones, desde luego, aquellas que surgieron cuando pasó de la niñez a los asuntos, cuando pasó de la niñez a su garganta; conmueven sus interpretaciones; pero a estas alturas de Raphael, su disco de uranio es la mera anécdota de un artista honradísimo, sin trampas ni cartones, ahora que tantos se dedican a robarnos.
–sevillapress.com (José María Fuentes)
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Raphael abre el II Festival de La Antilla (Huelva) con una «Gran noche»
Raphael ha demostrado esta noche que tiene la firme intención de mantenerse mucho tiempo en un escenario, al abrir con su espectáculo «Mi gran noche» el II Festival de Música de la playa onubense de La Antilla.
Ante más de 4.000 personas en un auditorio situado junto al Océano Atlántico, Raphael ha entusiasmado a un público variopinto en sus edades como pocos artistas pueden presumir hoy día.
Con medio siglo en los escenarios, muchos de los que estaban hoy coreando sus canciones no habían nacido cuando «Yo sigo siendo aquel» o «Los amantes» eran éxitos a nivel mundial, pero eso no ha sido óbice para que adolescentes, jóvenes, padres o abuelos se hayan unido en respuesta al reclamo del jiennense.