Grandísima noche
Travesía hacia el delirio en el Liceu con el mejor Raphael
Luis Troquel, Barcelona / Lunes 30 de abril
Asistir a un concierto de Raphael es siempre una experiencia sensorial de alto impacto, pero cuando uno va acompañado por alguien que nunca lo había visto antes lo vive aún más intensamente. Te convierte en cómplice del asombro y la estupefacción que se siente al presenciarlo por primera vez. Y más en noches como la del sábado, con Raphael pletórico y el Liceu a rebosar; como también lo estaba ayer domingo en el segundo de los dos recitales programados por el Banc Sabadell 16º Festival del Mil·lenni.
Dos horas y tres cuartos en otra dimensión. Toda una travesía hacia el delirio. Desde ese recibimiento ritual, en el que público se pone en pie para aplaudirle solo salir a escena y ya todo el concierto transcurre como un inabarcable bis. Mi gran noche cayó de las primeras, y fue especialmente profética. Sobrado de voz y facultades, Raphael embistió su cancionero «con la fuerza de los mares», cantó «con el ímpetu del viento», literalmente arrasó…
Desde los cinco pisos del Liceu, la lluvia de bravos caía como guirnaldas canción a canción. Nada menos que 36, aunque las de la década de los 60 las hiciera casi todas, como suele, en versión abreviada (pero no por ello aligeradas). Con los clásicos inamovibles y otros felizmente reincorporados al repertorio: Enamorado de la vida, Qué tal te va sin mí, Amor mío…
Tratamiento de choque para cualquier no iniciado, que parece estar frente a una alucinanción: cuando canta En carne viva como preso de un rapto de locura, cuando evoca su propio mito al quitarse la chaqueta, cuando baila como en un guateque, cuando se entrega al drama con los ojos vidriosos y el rostro compungido, cuando destila gozo entre baños de ovaciones, cuando se enfrenta a su propio espejo y lo hace añicos, cuando convierte Por una tontería en puro teatro, cuando es literalmente un Escándalo o cuando rompe los esquemas del hasta más avezado.