Milagros inesperados

La longevidad de Raphael amerita su propia teoría conspirativa, alguna tesis descabellada que explique su aparente inmortalidad. Similar a una turritopsis nutricula, la peculiar medusa que alarga su vida hasta el infinito volviendo una y otra vez a su fase embrionaria, la leyenda española ya sobrevivió una vejez y ahora vuelve a ser joven. Difícil de creer, pero ahí está, luciendo endemoniadamente bien y mirando embelesado a su audiencia como si nunca antes hubiese visto un puñado de mujeres adorando cada uno de sus gestos, como si los aplausos fuesen una droga nueva y no su conocida e invencible adicción. Comparte el vicio con los miembros del quinteto que lo acompaña, a quienes exige levantarse para sentir mejor el efecto reconfortante de las palmas chocando entre sí en honor a su desempeño. No se requiere un científico para notar el intercambio de oxitocina que mantiene “er Niño” con sus espectadoras, el placer mutuo que se provocan. Nadie se duerme en los laureles en esta relación, lo acusa la indescriptible fragancia del recinto, una mezcla de los perfumes que llevan cientos y cientos de mujeres, muchas de ellas vestidas con el conjunto estrella de su guardarropa especialmente para la ocasión. Raphael, que se mueve como un felino maduro y sigiloso, les canta mirándolas con los ojos de un tigre que no quiere esperar otros segundo para caer encima de su presa. Y suelta una frase que reafirma la impresión de que es un ser sobrehumano más que un milagro médico. Después de contar que el Teatro Caupolicán es donde empezó su carrera en Chile, promete seguir visitando el país por todos “restos que me queden de vida”. Cualquier otro hombre lo diría en singular, pero Raphael -subráyese- no es cualquier hombre. En su ropa, el icono acusa el avance emocional del concierto: llega de corbata, después la suelta un poco, luego desarma el nudo y finalmente la tira lejos.

Canta “Gracias a la vida! y “Qué he sacado con quererte” de Violeta Parra, se saca las palabras del pecho en “Despertar al amor”, recibe gritos de “ídolo!” tras “Yo soy aquel”, enfatiza categórico las palabras de la progresista “Los amantes”. Siempre lo espera una ovación, síntoma de la euforia de personas que, de estar en sus años mozos, de seguro no dejarían escuchar nada con sus gritos desaforados. Adultos que, cuando una grabación con recomendaciones de seguridad sonó por las parlantes antes del recital, abuchearon el mensaje “mantenga la calma en todo momento”. Pero casi ninguno toma fotos ni graba vídeos: entienden al la perfección a Raphael, el sabio que enseña a valorar el presente cantando “Hoy mejor que mañana”.

-El Mercurio (Andrés Panes)