Raphael sigue siendo aquel gigante en El Maestranza
El Maestranza se llenó para recibir a un artista que lo dio todo durante tres horas de espectáculo.
Raphael en estado puro. Desde el minuto uno, desde el primer segundo. Con el escenario del Teatro de la Maestranza para él y 1.800 espectadores delante. No 1.801 porque, sencillamente, ya no caben. A estas alturas de su película el cantante sabe cómo crear espectáculo con sólo guiñar un ojo, con un escorzo de rodilla directamente el público da botes. Lo demostró ayer noche, en un concierto, presentado por El Correo de Andalucía, y enmarcado dentro de su gira Lo mejor de mi vida. Raphael esencial -porque hizo y entonó casi de todo en tres horas sin intermedio- y en esencia -porque estuvo solo, casi solo, acompañado nada más que por un piano y unas manos, las del bonaerense Juan Pietranera, esforzadísimo en seguir cada antojo del arrebatado divo-.
Con un formato de café concierto gigante, mayestático, Raphael encandiló a un público que se presupone apacible y jubilado y resultó ser heterogéneo y entregado. En la primera fila, Ángela, de tres años, en la zona de paraíso, casi donde el Maestranza pierde su bello nombre, Sofía, de 92 primaveras, y dispuesta a corear como antaño Qué sabe nadie.
Como un resorte, su público, en pie, se entregó al maestro de Linares desde su primera aparición en escena. Las palmas por bulerías llegarían con Maravilloso corazón (en modo karaoke ‘on’), pero antes, Raphael ya había despeinado los flequillos, las canas y las permanentes con Desde aquel día y Cuando tu no estás. Dicen que Raphael puede presumir de tener un público tan rabiosamente aplaudidor como el de Isabel Pantoja y Julio Iglesias. Pero a diferencia de estos, el autor de Enamorado de la vida, tiene tres ases en su biografía: un museo propio (en Linares), una miniserie en Antena 3 y un disco de Uranio (Michael Jackson y la banda Queen son sus únicos colegas con este galardón).
Raphael es un músico intergeneracional y pasando por alto la sincera blancura de la mayoría de sus temas, en otros, el leer entre líneas da para gozosos ejercicios hermeneúticos. Cuando cantó El mundo será de ellas, hubo quien explicaba a su vecino que era una canción «algo machista», otro contrariaba diciendo que era feminista y no faltó quien vio en esta declaración de amor maternal hasta una posible loa al lesbianismo. El cantante conoce todas estas cuitas y él mismo las alimentó con una coreografía generosa en paseos, en bailes a ralentí que combinaron toques de twist, tango y swing.
Si hubo algún raphaelista que no acudiera ayer al Maestranza ya puede ir depositando el título en un cajón. Porque el de anoche fue un recital de canto desnudo en el que Raphael se entregó y se la jugó en cada single que atacaba. «Sigo siendo aquel, ¿no lo ven? el de siempre», aseguró modificando uno de sus temas más célebres. Con el grito convertido en signo estético, con un juego de micrófono milimétricamente estudiado para modificar su propio tono y con una voz cuyo eco sigue sonando al Raphael de sus años plenos, como si por medio mediara algún tipo de pacto con alguna entidad poco angelical, su entrega en el escenario estuvo fuera de toda dudas: «Sigo en forma, no estoy cansado (…) He dado todo lo que soy». ¿Quieren más? Pues anoten esta declaración de amor, este flechazo dicho a pleno pulmón, sin arredrarse: «Todo lo que en el mundo he amado es una canción, un teatro y a tí».
Sabedor de que muchos de sus fans llevan no pocos conciertos suyos en el cuerpo, Raphael destiló burbujas cargadas de una espontaneidad ¿aparente?, vaya usted a saber, da igual. Como cuando en Inmensidad abandonó la amplificación para corroborar que sus infinitas vocales no son fruto de un David Copperfield encerrado en la mesa de mezclas, si no obra de un pulmón batiente y una caja torácica desmelenada y la mar de resultona. O cuando homenajeó a su letrista de cabecera, Manuel Alejandro, repasando sus primeros temas, con un sesentero Tú, Cúpido, un pegadizo Casi, casi y un hit de cuando los tobillos al aire de las mujeres se erigían en exhibición impúdica: Todas las chicas me gustan… no encuentro ninguna fea.
Puestos más serios, con Ella ya me olvidó, Raphael se llevó de Sevilla uno de los aplausos más atronadores. Un despistado podría haber entrado en ese instante y haber sentido el pellizco de que allí, delante de un rugiente batir de palmas estaba pasando algo verdaderamente grande. Desinhibido y marchoso en el momento más inesperado, cuando llegó Desde aquel día se echó de menos que en la pantalla que coronaba el escenario, en lugar de unas hojitas cayendo en modo fondo de pantalla, Raphael hubiera echado mano de su álbum de fotos particular para proyectar fotogramas de su nada olvidada ópera prima cinematográfica Cuando tu no estás.
Para entonces, el cantante ya se había dado unos cuantos garbeos por su escenografía, una doble escalera en semicírculo por la que subió y bajó en distintos momentos y que tan pronto parecía el atrezzo recuperado del televisivo Ahí te quiero ver de Rosa María Sardá que un modernísimo y minimalista escenario para una Traviata con hechuras propias del siglo XX.
Adoro (con una tristísima y potente letra de Armando Manzanero) y Payaso fueron canciones en las que Raphael se plegó hacia sí mismo, sin buscar tanto el abrazo de los suyos. Como cuando se tornó americano e invocó el Volver de Carlos Gardel dueteando con el inmortal argentino a través de la voz que salía de una radio antigua, un número que podía haber estirado bastante más, haciendo lo propio, en clave ya andaluza, pongamos por caso con los Ojos verdes de Miguel de Molina.
Para el final, un Raphael cuyo fuelle parecía inagotable, reservó la traca: «¿Ustedes creen que yo me voy a ir de aquí sin cantarles lo que yo sé que quieren que les cante?», había prometido casi dos horas antes. Encadenados, llegó el apoteosis envuelto en una manta de piropos femeninos: Escándalo, Ámame, Qué sabe nadie, Yo soy aquel y Como yo te amo. Sonaron igual que en -aquellos discos de vinilo de los estantes. ¿Para qué cambiar lo que salió perfecto?_»Qué pasará, qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche…» relata otra de sus canciones. La de ayer probablemente lo fue. «Sigo siendo, ¿no lo ven?, el Raphael de siempre», había dejado dicho al comienzo. Y en ese ser él mismo, en esa no necesidad de reinventarse con fusiones y giros inesperados tal vez resida la magia de este eterno reencuentro con su cantar.
-El Correo de Andalucía (Ismael G. Cabral)