Raphael, una sinfónica melancolía

El intérprete vuelve a ser aquel, aunque en esta ocasión más instrumental

El linarense brinda al público malagueño un recorrido por toda su prolífica carrera en tres horas de recital

Congregó anoche a casi 3.000 espectadores en el Palacio de Congresos

Raphael está de moda. Eso podrían decir muchos, aunque no sería del todo justo. Raphael siempre ha estado de moda; desde su primera participación en Eurovisión hasta entonces, el cantante no ha dejado de estar presente en cincuenta años de música en España, reiventándose a sí mismo ante el menor atisbo de que podía haber un estancamiento en su carrera. Uno de sus grandes hitos fue, sin duda, hace tan solo dos años cuando se prestó a participar en uno de los grandes festivales nacionales de música indie. Allí, ante miles de espectadores nacidos todos ellos en los 80 para adelante, Raphael renovó sus votos como gran estrella de la canción española, y demostrando que a veces no hacen falta grandes campañas publicitarias para triunfar.

Y como dice el dicho, de aquellos polvos estos lodos, porque no se trató tan solo de actuar delante de los ‘festivaleros’. Ayer, en el espectacular concierto que dio en el Palacio de Congresos de Málaga, las butacas eran un conjunto heterogéneo de generaciones que no se quisieron perder el enésimo reinvento del artista. En esta ocasión no era un festival, pero sí que lo fue escuchar sus canciones con una orquesta sinfónica –la de Málaga– que apoyara los temas que eran coreados unos detrás de otro. Al finalizar cada uno de ellos, no faltaban esos arranques de las más incondicionales, que se ponían de pie una y otra vez para alabar a este dios de la música patria.

Ahora Raphael resulta que es actor, e incluso se hacen películas con el título de sus éxitos. Pero también sería injusto decir que esto es algo nuevo. Una vez más, frente a ese espejo que nadie olvida, las facciones y los gestos volvieron a ser la clave para que casi 3.000 personas sentadas en sus butacas –un hito que pocos cantantes consiguen en esta ciudad– tuvieran su acceso a la melancolía que pueden provocar canciones como ‘Qué sabe nadie’ o ‘Mi gran noche’.

Aun así, este nuevo invento ha salido tan bien como todos los anteriores. Una sinfónica que resaltaba lo que era digno de resaltar. Con Raphael ocurre algo casi inédito. Da igual no conocer las decenas de canciones que interpreta, porque tanto sus gestos como sus letras –tanto unos como otras ambiguas hasta ser casi un paradigma– provocan que no se pueda apartar la mirada; como en uno de los mejores momentos de la noche, un ‘Digan lo que digan’ arreglado a violines violonchelos. Al término de esta edición Raphael llevaba dos horas de concierto, pero en la memoria de su público, una velada que nunca más saldrá de sus recuerdos.

Sur.es / Iván Gelibter / Foto: Hugo Cortés