Sencillamente, un monstruo

Con su voz fuerte y nítida (profunda y grave, dirán los expertos), Miguel Rafael Martos Sánchez, Raphael, pasó por Bogotá con Lo mejor de mi vida —como se llama la gira mundial que inició en febrero pasado—, para repasar su exitosa carrera musical desde las primeras canciones que hizo para él Manuel Alejandro (“mi compositor fetiche”, reconoció) y presentando también en sociedad algunas de las que le acaba de hacer para su más reciente trabajo musical: Enfadados o Eso que llaman amor, por ejemplo, con ese sello eterno que los dos ya plasmaron desde hace varias décadas.

Lo demás fue revivir sus grandes éxitos de toda la vida, con espacio para uno que otro bolero cantado en su estilo muy particular —como Adoro, el de Manzanero— o para tangos como Volver, a dúo con Carlos Gardel gracias a la tecnología, o para la famosa Balada para un loco, de Horacio Ferrer y Astor Piazzolla. Y hasta una ranchera: A pesar de todo .

Eso por hablar de las canciones. Porque otra cosa son sus gestos, su risa constante y esa compenetración con el público que hacen que cada vez que termina de interpretar una canción la gente no pueda evitar pararse de sus sillas para aplaudir. O que hacen que ante la avalancha de pedidos, detenga un momento a su único acompañante en el escenario, el pianista, para intentar hacer un trato y decirles a todos una verdad: “¿Que se saben todas mis canciones? Mentiras, ni yo mismo me las sé”.

Luego, con desparpajo, pedirá acompañamiento en uno de sus clásicos: Estar enamorado, para comprobar que, efectivamente, no todos se lo saben. “Mejor cantemos las que yo me sé y en un año, cuando vuelva, ustedes ya se han aprendido las letras y cantamos las suyas”.

Se ha escrito tanto, se han utilizado tantos calificativos para describir a Raphael, que decir algo más sobra. Hay que escucharlo en vivo para sentir en la piel su entrega en cada tema y entender por qué, cerca de los 70 años, sigue siendo el mismo: el más grande.

-www.elespectador.com (Hugo García Segura)